3.10.18

Viajar te obliga a la soledad. Una vez que comenzas a dejar los lugares, también te ves obligada a dejar a las personas. Los lugares y las personas, las cosas tampoco, ya no son lo mismo cuando volvés. Vos tampoco. Todo es otro. Tode es otre, otra cosa. Y te generan sentimientos diferentes y vos a ellos, y te vas moviendo de lugar en lugar y vas generandote una soledad inmensa ahí donde estés, que llega un día en que amaneces y te das cuenta de que lo único que podés hacer es buscar ese rinconcito donde seas feliz. Y si no sos feliz en la ciudad, te tenés que ir. Y si sentís fea la intensidad ahí donde amaneciste, te tenés que ir, y no, quizás, seguir intentando ser feliz donde ya comprobaste que no lo sos. O donde estás sola pero infeliz. Lo mejor es sola, pero feliz. Aunque tengas que dejar a tu gata, aunque duela un montón sentir cómo el tiempo genera desapegos inútiles entre amigas de la infancia. La vida al final, se resume en eso que sentiste cuando te separaste de tu primer ultra novio, ese con quien conviviste durante dos años cuando eran bien pibes. Se separaron cuando terminó el contrato, y podías elegir entre quedarte sola en ese dpto. o buscarte otro que no tuviera recuerdos.
Y te buscaste otro.
Bueno, yo ahora me voy a buscar otro. 

22.9.18

6.8.18

21.7.18

17.7.18

Igual, agradecida, eh.

Ese mismo hermano que hace unos meses me escribió en un mail:

 "si, sé que tengo un problema grande de comunicación, pero eso no significa que no los quiera con el corazón", 


ayer se vanaglorió de su mutismo, diciéndome:

"compro el silencio, elijo comprarle el silencio antes que tener tu forma de comunicar"






Y yo me dormí pensando que ese había sido el peor cumpleaños de mi vida. 
Peor que el de hace dos años, en Costa Rica, cuando los hongos no me pegaron y mi novio me dejó de garpe viendo una película sola y tomando fernet, librada a las tarántulas, porque el tecito pseudopsicodélico le había dado sueño. 





Enterate que el silencio no es un bien de consumo, el silencio es aquello que los griegos llamaban fármaco, y que, según su dosis, te puede matar o sanar. Enterate y fijate vo'.

12.7.18

Dibujame lineas en el cuerpo que me separen del pasado

Hay una distancia entre la vivencia y la evocación que me rompe los ovarios.
Abortar la novela en mi mente, crearla, que me salga de los pezones, como esa leche que jamás alimentará a ningún hijo. Letras de los pezones. Extrañar transitar el duelo con alcohol y pastillas. Extrañar jugar a ser Nina Simone. Apagar de una vez ese audio de Sacheri y poner a la inmortal Nina para hacerme la paja mental que me debo hoy. Tener sed. Dejar de elegir orgasmos en pos de la sanidad mental y, al minuto siguiente, volver a elegirlos porque me dan esa calma que hace rato perdí. El poder de las endorfinas que facilitan el transitar urbano con sonrisa. Mandar todo a la mierda y sobrevivir con pasos de botas marrones en medio de este invierno lleno de procesos a sanar.
En medio de este remolino lleno de sucesos intrapersonales, quiero revolcarme en las sábanas del ego, que desgastan las personalidades y la sinapsis por segundos.
Dibujame lineas en el cuerpo, lineas que separen mis partes de las tuyas, lineas que me conformen, me den identidad, una nueva, limpia, impía, brusca y abrupta, contradictoria.

27.6.18

Esos momentos de euforia


Hay algo que me late y no me tragué un cd de Los Pericos. La vida me aúlla. Pasé tanto tiempo en el Roca de [más] joven, yendo y viniendo, abrigada, acalorada...El Roca, que te lleva desde La Plata a Constitución. Esto es levemente literario, porque la vida lo es, mas no te confíes. Amo a gritos hoy. Agradecerle al chófer del 90 por cualquier cosa. Navegar CABA con un grito en la garganta. Recordar ese niño que se autodenominó "bravucón", pero quiso abrazarme apenas me conoció. Era mi primer viaje en el nuevo Roca y yo estaba ansiosa y feliz. Volvía a CABA luego de 4 años de rodar la vida por allí. Tantas cosas, tantas canas. 
(Y agarraste por tu cuenta la parrandaaaa, cantagrita Chavela y quién pudiera estar en un descampado para gritar libre sin asustar al gato alebrije). Era mi primer viaje en el nuevo Roca y mi compañero hasta Beraza (la vieja Beraza, tan cómplice de esos amores conurbanos) fue Alex, un pequeño humano de 7 años de existencia en este planeta, que me contó muchas cosas de sus días, me invitó a su cumpleaños "que ya llega, en diciembre..." y me enamoró al decirme: "quiero abrazarte, pero recién nos conocemos", con una timidez desbordante y unas ganas de salir corriendo tomados de las manos que hicieron latir todo el tren. Ese primer tren será insuperable, llegué a CABA con una sonrisa en la cara y ese abrazo en otros brazos, adyacente a la realidad, a pesar de que Beraza llegó muy pronto y se llevó la ternura en envase pequeño. 

[Todo está vivo a pesar del dolor...si me sonreís]

7.6.18

6.57


Suena el despertador: El Kuelgue, algo que comience suavecito y vaya tomando ritmo y forma, para salir del mundillo de los sueño y entrar a este de manera leve, sin brusquedad, como me gustan a mí las cosas, en la medida de lo posible. O a veces, porque otras la intensidad arremete y se es Tazmánico, como ese demonio. Nunca supe con exactitud nada.
Hoy el despertador sonó cinco veces, o cuatro. No me gusta despertarme y que sea de noche, pero a la vez, la mañana no me alcanza para escribir todo lo que quiero escribir.
Me levanto, come Marla, sale un ratito, sube a la terraza verde, aunque no haya sol aún. Ayer y las dos noches anteriores durmió enteramente conmigo, su cuerpecito bicolor ronroneando, calentándonos mutuamente en este invierno del sur, un invierno como hacía rato no tenía, no por la intensidad del frío (en Vietnam hacía 0ºC), sino por la cantidad de días con bajas temperaturas.
(En este momento, por ejemplo, debería estar aplicando a la beca)
Trato de que coma lento porque ayer y antes de ayer vomitó la comida entera, sin masticarla-mastimarla-lastimarla. Dicen que eso se llama regurgitar. Yo no sabía. Nunca supe con exactitud nada.
Marla come, quizás caga, mientras yo pongo el agua para el mate y exprimo un limón sin utilizar nada más que mis manos, que se mojan con el ácido y deliran un poco, bailando feroces. El limón me lo tomo antes del mate, con un vaso grande de agua, haciéndome la sana en un invierno lleno de carbohidratos. El agua por lo general se calienta demasiado, pero no está mal para contrarrestar este frío inmenso de bola de cristal.
Creo que las abejas mueren por varias causas, una de ellas es el frío.

31.5.18

Un libro que me recuerda a mí

Ni una china pelirroja natural
Ni estirarme hasta que salgan armoniosos sonidos de todas mis articulaciones
Ni saber que quizás llego a vieja sin bastón
Ni mi cuellito asomándose al invierno
Ni esa canción de pogo,
nada me sacó de vos.
De esas ganas de volverte
(envolverte)
Una sospecha inmensa, somo siempre,
de haberte soñado.
Dos certezas y varias risas,
desgarradas variaciones de un mismo sentir.

Cansancio

El cuerpo se me va para abajo. 

11.3.18

Nunca me dijeron que para hacer algo bien, hay que hacerlo mucho, por mucho tiempo, casi toda la vida, hacerlo y ya, y no cambiar, no joder, hacerlo. Punto.

Y acá estoy, a mis 36...haciendo...lo que puedo...

3.3.18

Japi Holi






[Disclaimer: el siguiente artículo es una crónica feminista acerca de una fiesta tradicional india. Las cosas que se dicen acá son estrictamente mi punto de vista como mujer y no implican agresión hacia la cultura de este país, bajo ningún aspecto. Amo India y el Holi me parece una hermosa festividad, pero repudio con todo mi ser al sistema patriarcal y machista en el que vivimos (en todo el mundo) y a los machirulos (léase macho como concepto) que lo sostienen.]



Amaneció el Holi, la fiesta tradicional india que se ha expandido hacia casi todos los confines del mundo, de manera más occidentalizada (léase, pibes de clase media bailando House en un predio cerrado, entachados y con sunglasses). El Holi, la fiesta de los colores que celebra a la diosa del mismo nombre y la llegada de la primavera. Todos hemos visto alguna que otra fotografía del Holi, quizás antes de conocer la existencia de la festividad: señores y niños con sus caras pintadas de colores, y enormes sonrisas extasiadas (si no, googlead Steve Mc Curry y gozad).

Desde que me enteré que vendría a India, hace poco más de un mes, dije: ojalá pueda vivir el Holi, y así fue, este deseo repentino se convirtió muy pronto en realidad; me puse muy contenta cuando decidimos venir diez días antes de la luna llena de marzo, fecha de la celebración. 

La ciudad elegida fue Udaipur, por cuestiones de itinerario y porque leímos que aquí se celebra lindo, de manera más tradicional que, por ejemplo, en Pushkar, en donde el pueblo se sobrecarga de turistas, sobretodo tardíos adolescentes israelíes que terminan el servicio militar y salen a viajar por el mundo, desesperados en busca de la fiesta que no tuvieron durante dos o tres años de encierro milico. 

La noche anterior a la celebración de los colores, propiamente dicha, es usual hacer fogatas, en casi cada esquina de la ciudad se enciende un fuego enorme, previo a lo cual se arma algún festejo. La fogata que vimos nosotros fue precedida de gente bailando en un escenario, mujeres del público (todas extranjeras, por supuesto) y dos bailarinas locales que movían las caderas y las cabezas al ritmo de canciones que todos los indios tarareaban. También bailaron señores del público y otros disfrazados, al estilo Bollywod. A medida que pasaban los minutos el público se iba poniendo más fervoroso, y fue entonces cuando me di cuenta: la celebración del Holi es una fiesta de machirulos. Como en la cotidianeidad india, esa esquina estaba habitada por una amplia mayoría de varones fervorosos ante cada cosa que pasaba. India es un país hermoso, mas también intenso, la gente es intensa aun en la vida diaria, imagínense como crece esa intensidad en momentos de éxtasis en masa. Dos horas más tarde, por fin se decidieron a prender el fuego, para lo cual abrieron un surco entre la gente y pusieron una fila de petardos que llegaban hasta la hoguerita aún sin estrenar. Un grupo de jóvenes exaltados prendió los petardos y acompañó su camino ruidoso y brillante hasta las maderas cantando y saltando mientras agitaban palos y la gente que estaba formando ese surco alrededor de los cohetes, se cubría los ojos y las orejas cuando el estruendo pasaba a su lado. Los indios están locos, pensé, esto que están haciendo es muy peligroso (me salió la abuela de adentro, pero vamos, que ya tengo 36 y carezco de disimulo). Cuando el estallido alcanzó la madera y las pajas, se encendió la hoguera, festejos, gritos, alabanzas y el final. La multitud se dispersó y nos fuimos a dormir con asombro, dispuestos a descansar bien y prepararnos para el día siguiente: la intensidad seguiría con el ritual de los polvos de colores.

Había leído varios post acerca del Holi, mis búsquedas en google habían sido más o menos así: “Cómo sacar los colores del Holi de la ropa y la piel”, “Dónde festejar Holi en Rajastan”, “Holi 2018”, “Historia del Holi”, “Qué es el Holi”, etc. Esa mañana del 2 de marzo de 2018, me desperté a las 6am, como todos los días desde hace mas de un mes, me senté a meditar y al finalizar, me hice mate. Prendí mi compu y busqué: Holi rape. Desafortunadamente, el buscador me devolvió páginas y páginas de testimonios y notas sobre mujeres (y algún que otro varón) violadas durante y después del Holi. También llegué a una página en la que nos aconsejaban a las mujeres cómo protegernos en el Holi, cómo estar más seguras, cómo evitar el acoso y el abuso (los ya clásicos: no vestir provocativamente, llevar gas pimienta; incluso una página aconsejaba usar aretes que también nos sirvieran como armas de defensa!). Siempre el mismo camino: adoctrinar a las mujeres para defenderse de unos varones enfermos y desacatados, pero jamás enseñar a los varones a no acosar, a comportarse, vamos!: a respetarnos.

Con una mezcla de ansias, ganas y nervios, más un poco de ese miedito que aparece ante lo nuevo, mi compañero y yo salimos a la calle para estrenarnos en la fiesta india: nos pusimos lo más viejo de nuestra ropa y afuera! En la misma esquina de la fogata se había reunido mucha gente y ya se podían ver miles de colores bailando y saltando, había música y una batucada de algunos chicos tocando fuerte. También había cuatro o cinco policías sin pintar. Nos quedamos ahí, dejando que la gente se acerque y nos pinte, al saludito de Happy Holi!, había niños (pocos, pero había), mujeres (pocas, pero había) y muchos varones en grupo. Se respiraba un clima de fiesta y diversión, sano, colorido (obviamente! que escritora redundante…) y hasta era algo inocente que cientos de adultos estuvieran bailando y divirtiéndose con las caras manchadas por polvitos. 

En un momento, no sabemos por que, la policía comenzó a dispersar a la gente y el clima de fiesta se aguó bastante, así que, ya todos coloridos, decidimos irnos al lago, de donde venía música y hacia donde iban muchas personas caminando y en moto. Había pasado una hora y solamente había presenciado dos situaciones de acoso: un viejo que al pasar y haciéndose el boludo el tocó el culo a una turista, quien se dio vuelta y le devolvió un golpecito (que más bien fue como una caricia) en el hombro, y una chica que se sacaba a un pibe de encima, con más fuerza y cara de fastidio. Pero algo indicaba que el clima se iba poniendo más denso, el alcohol no se veía pero circulaba por la sangre y hacía efecto, al igual que el bhang lassi, la música (una alternancia estrafalaria entre india, electrónica -pero de la fea y que asusta- y latina) se cortaba cada un par de minutos, no entendíamos por qué. Cuando preguntamos la causa, un señor nos dijo que la cortaban a propósito cuando la masa se exaltaba demasiado, para que bajaran un poco. Buena técnica corta mambo, si haces eso en Argentina, la masa se exalta más y exige su derecho al desenfreno, desenfrenadamente. 

El Holi habilita el contacto, porque la gente se pone polvo de colores en el cuerpo, más que nada en la cara y la cabeza, pero hay algunos que al depositarte el polvito en los cachetes, dejan que sus manos bajen un poquito más, por el cuello hacia el pecho, y ahí es cuando tenés que actuar, con maniobra ninja, sacándole la manito al son de “Happy Holi, sisi, no touching! JAPI Holi!”. O cuando luego de empolvarte, te abrazan y te apoyan (uno de los primeros consejos que me dieron, por ser mujer, al llegar a India, fue: no abrazar a los hombres porque es sinónimo de que querés cojer con ellos…UNA LOCURA) o cuando, al terminar el abrazo, los brazos tardan en despegarse y de paso y casi sin querer, te rozan una teta. Miles de estrategias llevadas a cabo por jóvenes, pibitos y no tanto, que aprovechan la masa, la presencia de mujeres en la calle, como nunca se ve, como no se acostumbra: este es un país en donde las mujeres están en la casa, están con mujeres, no circulan o circulan entre ellas,  muy poco, no trabajan afuera, o muy poco. Cuestión de castas, cuestión de religión o de cultura, en fin: cuestión de patriarcado e injusticias. 

A las dos horas de haber salido a la calle el clima ya se había enrarecido del todo, y luego de atravesar un par de situaciones tensas con unos pibitos (uno de los cuales debería tener 13 años, pero ya estaba adoctrinadito acerca de como tocar tetas al abrazar) decidí que ya era suficiente para mí y me retiré a mis aposentos: en la calle sólo quedaban los más sacados, y del clima de fiesta del principio solo quedaban los colores: si le sacabas eso, podía ser la salida de cualquier Boca-River un domingo en Nuñez: los resabios después de la fiesta,  la resaca, las ganas de seguirla: la manija, como decimos en el sur. 

Decidimos ir a comer con unas chicos que habíamos conocido y entonces me di cuenta de que mi experiencia en el Holi había sido bastante leve si bien no por eso, menos tensa. Las mujeres presentes en la mesa lo habían pasado peor, habían sido más manoseadas y más apretadas. Al hablar con señores indios acerca de esta situación, contándoles que para las mujeres su hermosa y tradicional fiesta es menos linda que para ellos, sus comentarios  fueron coincidentes: “si, los chicos se desacatan, lo sabemos, las mujeres tienen que cuidarse”.  
W H A T ? !

Siempre igual, 
el acoso
se sabe, y se acepta, 
se sabe y se normaliza, 
  se sabe y se nos pide que nos cuidemos, 
en definitiva: se sabe y se deslinda la responsabilidad de los acosadores, pidiéndole a la víctima que se cuide y haciéndola responsable de su defensa.

Hartas.

Podrida y sin ganas de aceptar esta realidad. 

Un que otro varón me pidió perdón en nombre de su género. Gracias, pero no es suficiente. Cambien, respeten, dejen de joder. Punto.

Hartas. 

El Holi, es en realidad el Japi Holi, la fiesta de las pijas, de las vergas, de los falos alzados a los que no les importa nada más que aprovecharse un ratito de cuanta mina vean para saciar sus ansias…de qué? Para saciar su irracionalidad asquerosa que es avalada por un mundo machista y por todooooodo un enorme inconsciente colectivo, que es enteramente patriarcal. Pero no es la única fiesta así, no tengo en mi haber mucha fiesta popular, pero si entre todas (todos, todes) nos ponemos a hacer una listita, seguramente encontremos cientos de fiestas que supuestamente son para humanos, pero en realidad son para varones, fiestas en las que las mujeres no tenemos cabida, porque si entramos, nos pasa esto que nos pasó.  Comencemos por la fiesta de la espuma, si, esa que se hacía en los boliches en los ’90, y en donde a mis 14 me tocaron tanto que volví a casa traumada y llorando sin aire, como un bebé. Fiestas de varones, fiestas populares: algo más para cambiar, algo más por lo que luchar, algo más, de tanto.

Aquella noche, mientras cenábamos, le comenté a mi compañero: en este momento, al menos una mujer, en este país, esta siendo violada por un macho que se escuda detrás de los colores. En este momento, en alguna parte del mundo, una mujer está siendo violada., acosada, abusada. Luchemos para que en algún momento de la historia de la humanidad, decir esa frase sea una realidad absurda, inexistente y perteneciente a un pasado atroz y lejano.  (Final esperanzador que nada tiene que ver conmigo, pero boé)





28.12.17

Seis navidades sin Santa

La primera Navidad que pasó fuera del país le pegó fuerte en lo que refiere a foco y amor propio.
Desde que llegó la combativa adolescencia a su cuerpo, sintió y pensó que las navidades eran pura maniobra comercial,  decía que no creía en Dios, o si, pero que Dios no era toda la parafernalia que implicaba festejar el nacimiento de un ser mitológico (o hecho mito). Las fiestas en su casa las festejaba tranca, le daba un poco de hueva el ritual de Papá Noel y "tener que ir" a festejar cuando en realidad habría elegido quedarse leyendo o mirando alguna película europea, lenta, de invierno y café con leche.
Las fiestas son cíclicas, se van renovando los pequeños engañados. En un principio eran ella y sus primos, luego ella creció y quedaron sus primos. Luego nadie: todos fueron tan adultos que el ritual del arbolito perdió sentido y nada distinguía Navidad de un extraño compleaños multitudinario en el que los regalos se entregaban a medianoche. Cuando nacieron los sobrinos y su fue instaurando de nuevo la idea de ese ser que vuela en un trineo y trae regalos, le divertía participar de la farsa, ir a esconderse con los niños, alucinar asombro y recordar, fingir haberlo visto pasar, y a la vez, la contradicción la carcomía por dentro (como siempre, bah), la sensación de que los pibes se merecen saber que no existe semejante paparruchada, porque luego, cuando un amiguito les cuenta la verdad en un recreo, es mucho peor.
"Es la primera traición de nuestros padres, entendélo, ayer escuché a Casciari en la radio hablando del tema, y me pareció muy real lo que decía el tipo: tus padres son divinos, hermosos y unos dioses, les perdonás todas las veces que no te han comprado los helados y los juguetes que pedías, les perdonás las noches que te han dicho no a dormir con ellos, les perdonás todo, hasta que te enterás que te han mentido durante toda tu pequeña vida acerca de papa noel, ¿cómo que no existe? ¿Pero vos me estás jodiendo? ¿Y los reyes magos, entonces, tampoco?... Me dijeron que un anciano barbudo y gordo, vestido de rojo y blanco, volaba por todo el mundo (en un trineo!) (tirado por renos!) para dar regalos porque si, porque le pintaba, porque era bueno, sostuvieron esa mentira complotados con todos los adultos, durante todo un mes cada año, me hicieron escribirles cartas que quién sabe a dónde iban a parar, una esquizofrenia tremenda...¿Cómo me vas a decir ahora que eso no es verdad? ¿Qué sentido tiene este desencanto? ¿Puede haber tanta maldad? (diría Silvio Soldán). Yo realmente no sé si de grande quiero participar en semejante circo del horror. Cuando creces te das cuenta que ese es el primer desengaño de una larga lista de desengaños llamada vida, y ahora, a tus 36, atas cabos: ahí comenzó todo. "
Ese mail me llegó ayer. Abrí mi casilla de correos, tiritando por el frío del norte vietnamita, y me puse a recordar su historia, esa que me contó de a poquito, durante las últimas vacaciones que pasamos juntas en Mar del Plata.
Así había pasado todas sus adolescentes navidades, hasta que se hizo adulta, y las normalizó: eran sólo una oportunidad más para ver a toda la familia junta y comer como locos, aprovechar lo buen anfitrión que era su hermano y aceparle cada fernet o caipirinha que le ofreciera,  jugar un poco a ser una dócil dama que colabora con la limpieza de los platos, mientras se habla de ropa o decoración, como corresponde a todo ser con vagina.
Los años pasaron y se fue a vivir a Colombia. Llegó en un caluroso octubre y se quedó a vivir en el Caribe, cumpliendo el sueno de tantos oficinistas de "dejarlo todo e irse a la mierda". Trabajaba en un hotel y vivía con una compañera de la empresa. Era feliz con ese cambio de vida, era feliz con la playa y sus aguas turquesas, era feliz con el sol y se sentía flaca, mas no lo estaba. Era feliz con poco: con la novedad.
La noche de aquella primera Navidad en exilio voluntario, ella no tenía ningún plan ni familia ni sobrinos a quiénes mentir amablemente. Quiso rockearla y, para divertirse un poco y abandonar su trabajo de vendedora por unos minutos, aceptó disfrazarse de aquel Papá Noel repudiado por su pasado, un Papá Noel gordo y bastante petiso, nada nórdico. La meta era ofrecerse como adorno para las fotos de los turistas, "picture with Santa, picture with Santa" cantaban los fotógrafos, y ella, posaba en las fotos, cantaba jojojó, y ser divertía debajo de su abrigado traje rojo, su barba y sus anteojos de sol, "porque, si me voy a disfrazar de Papá Noel, que sea uno del palo, que tenga gafas de sol en la noche, y salga en las fotos haciendo cuernitos". Que sea Papá Rocker.
Ese paréntesis de juego y diversión la sacó un poco de la nostalgia por aquellos años de familia y reunión social no elegida que jamás pensó tener, pero tuvo. La adultez nos transforma en aceptantes, seres sociales, que ya no se cuestionan tanto las cosas, seres que no adolescen, seres triviales y adecuados, quizás por resignación, quizás por clonazepam, quizás por qué.
Al terminar su horario de trabajo, se fue con Agustín al estacionamiento, ya habían cerrado caja, ya habían despachado para el día siguiente a todos los clientes desesperados por ver las fotos con Papá Rocker y podían por fin comenzar a disfrutar del fin de la jornada laboral, ese límite tan ansiado, esa cuenta regresiva, ese orgasmo temporal. Fueron a la casa de él y se fumaron uno, quizás también compraron cerveza en el camino y seguro a ella le dio sueño. Tal vez él la invitó a festejar Navidad con otro grupo de fotógrafos, en cuyo caso ella mintió otro compromiso, y se fue a su casita, en donde con certeza estaban Teresa y el canadiense, su chongo de turno. Alto kilombo de ropa navideña sobre la cama, alto clima festivo, en las calles, en el edificio, en la casa sin paredes. Y ella fumada y al margen, como le gustaba estar cuando no encontraba lugar físico que la acogiera. Rechazó amablemente la segunda invitación de la noche (acaso la quinta de la semana). Cuando Teresa y canadian se fueron, en menos de un segundo sacó humo por su boca, una, dos, cinco veces, hasta que comenzó a quemarse los dedos y paró , para hacer una ofrenda a la Pachamama. Puso música, no recuerda qué, abrió la heladera: nada. Sólo queso y tortillas, la cena acostumbrada. La soledad de aquel monoambiente le dio la paz que necesitaba, quizás haya llorado. Quizás fue esa la noche en la que jugó con sus pupilas a desenfocar objetos y a reconocer la profundidad de campo en su ser, en sus ojos, en todo.
Su profundidad de campo era mínima, sólo se enfocaba a ella misma y los próximos cinco minutos, no era una profundidad de campo territorial era, más bien, una temporal. Iba de a poquito, avanzaba en la oscuridad del tiempo, como una ciega de reloj. A tientas, con los brazos hacia adelante, porque más allá, la nube. Le gustaba estar así. Detrás de ella, el desenfoque. Por delante, el desenfoque. A los costados, nublado, borroso. Por encima, sin embargo, el detalle.
Sería faltar a la verdad decir que se puso tremendamente nostálgica esa noche, que lloró recordando a su gente, pero si, el silencio la invadió y supo elegir bien.
Anos despues recordaría con orgullo y amor propio esa Navidad en soledad, la primera de su vida. Me diría, con altivez: "la primera Navidad que pasé fuera del país, me quedé sola en casa, viendo Nueve Reinas y me dormí antes de las doce. Y me gustó".








17.12.17

La vida de hostel, ese paraíso pelotudo


Las masas de gente enmochilada rumbeando por pasillos, por habitaciones infinitas, llenas de camas cuchetas infinitas, con toallas colgadas secándose, alguna que otra bombacha y olor, mucho olor a ser humano viajero, tapado con desodorante de ambiente.
¿Quién invento el concepto "dormi"?  ¿Quién pensó que dormir con once seres más en una misma ínfima habitación sería algo de lo que enorgullecerse? En la época de los inmigrantes lo llamaban hacinamiento, incluso ahora sucede, si activamos la charla hacia espacios más sociales y reconocemos la presencia de esclavos, en el siglo 21, se lo llama así: hacinamiento. Es estar cerca de las bolas de seres cuyo nombre desconoces, que los tipos crean que no nos importa ver pasar un desconocido en toalla, sabiendo que su culo esta ahí abajo y quizás tenga restos de la caca mañanera que no sale con nada. No quiero, Roberto.
En la época de los inmigrantes se lo llamaba hacinamiento, ahora es cool, es hipster, es el paraíso del viajero europeo que egresó y salió a recorrer el mundo antes de encerrarse en una oficina de la vida real a fabricar billetes e hijos (dos, porque allá al norte planifican las familias).
La postración en la adolescencia: tengo 45 pero el año pasado me hice rastas y estudio filosofía desde el 92.
Las conversaciones que no querés tener, en desayunos con mermelada plástica que no querés desayunar, las preguntas comunes, cómodas, estúpidas whereareyoufromhowlongyou'vebeentravelingblablabla, el idioma imperialista que nos une, y no nos cuestionamos por qué, por qué tenemos que hablar tu idioma, por qué no se propagó el esperanto, el italiano, como lengua mundial mundana, por qué hablamos el idioma de los asesinos, señores, no quiero hablar tu inglés, aprendé vos a hablar mi español, el idioma de los otros asesinos, los asesinos de latinos, ya no de asiáticos.
No me interesa oír tus pedos sobre mi cama cuando me toca la de abajo, no me interesa oír tus ronquidos de gordo primermundista sobrealimentado, no me interesa saber tu opinión acerca de la ciudad que habitamos esporádicamente. Odio ir a hostels: ya no los veo como una oportunidad para conocer gente, porque toda la gente que quiero conocer seguramente en este momento esté leyendo un libro en soledad, o rumbeando en las alas de alguna mariposa, o viendo una peli desconocidamente artística en brazos del amor de su vida en Paraguay.
El hostel, la pesadilla del viajero introspectivo. El lugar común, a donde van a parar todas las facciones y los tonos de voz de aquellos que alguna vez fueron coordinadores de viajes de egresados.
El hostel, ese depósito incurable de pelos y mugre, de mala comida y tipos que pasan en toalla, ese cubículo infecto de adolescencia en donde los de 30ypico ya no debemos estar.

30.11.17

Otra de misoginia

Una vez, un hombre me cogió a la orilla del mar. Fue feo, precipitado, violento e irrespetuoso. Casi una violación. Al terminar me dijo: Usted es la mujer perfecta, no habla.
Yo quise sacarme la piedra de la garganta y, con ella, romperle la cabeza; en su lugar, seguí muda, paralizada, sin poder.