7.6.18

6.57


Suena el despertador: El Kuelgue, algo que comience suavecito y vaya tomando ritmo y forma, para salir del mundillo de los sueño y entrar a este de manera leve, sin brusquedad, como me gustan a mí las cosas, en la medida de lo posible. O a veces, porque otras la intensidad arremete y se es Tazmánico, como ese demonio. Nunca supe con exactitud nada.
Hoy el despertador sonó cinco veces, o cuatro. No me gusta despertarme y que sea de noche, pero a la vez, la mañana no me alcanza para escribir todo lo que quiero escribir.
Me levanto, come Marla, sale un ratito, sube a la terraza verde, aunque no haya sol aún. Ayer y las dos noches anteriores durmió enteramente conmigo, su cuerpecito bicolor ronroneando, calentándonos mutuamente en este invierno del sur, un invierno como hacía rato no tenía, no por la intensidad del frío (en Vietnam hacía 0ºC), sino por la cantidad de días con bajas temperaturas.
(En este momento, por ejemplo, debería estar aplicando a la beca)
Trato de que coma lento porque ayer y antes de ayer vomitó la comida entera, sin masticarla-mastimarla-lastimarla. Dicen que eso se llama regurgitar. Yo no sabía. Nunca supe con exactitud nada.
Marla come, quizás caga, mientras yo pongo el agua para el mate y exprimo un limón sin utilizar nada más que mis manos, que se mojan con el ácido y deliran un poco, bailando feroces. El limón me lo tomo antes del mate, con un vaso grande de agua, haciéndome la sana en un invierno lleno de carbohidratos. El agua por lo general se calienta demasiado, pero no está mal para contrarrestar este frío inmenso de bola de cristal.
Creo que las abejas mueren por varias causas, una de ellas es el frío.

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