17.12.17
La vida de hostel, ese paraíso pelotudo
Las masas de gente enmochilada rumbeando por pasillos, por habitaciones infinitas, llenas de camas cuchetas infinitas, con toallas colgadas secándose, alguna que otra bombacha y olor, mucho olor a ser humano viajero, tapado con desodorante de ambiente.
¿Quién invento el concepto "dormi"? ¿Quién pensó que dormir con once seres más en una misma ínfima habitación sería algo de lo que enorgullecerse? En la época de los inmigrantes lo llamaban hacinamiento, incluso ahora sucede, si activamos la charla hacia espacios más sociales y reconocemos la presencia de esclavos, en el siglo 21, se lo llama así: hacinamiento. Es estar cerca de las bolas de seres cuyo nombre desconoces, que los tipos crean que no nos importa ver pasar un desconocido en toalla, sabiendo que su culo esta ahí abajo y quizás tenga restos de la caca mañanera que no sale con nada. No quiero, Roberto.
En la época de los inmigrantes se lo llamaba hacinamiento, ahora es cool, es hipster, es el paraíso del viajero europeo que egresó y salió a recorrer el mundo antes de encerrarse en una oficina de la vida real a fabricar billetes e hijos (dos, porque allá al norte planifican las familias).
La postración en la adolescencia: tengo 45 pero el año pasado me hice rastas y estudio filosofía desde el 92.
Las conversaciones que no querés tener, en desayunos con mermelada plástica que no querés desayunar, las preguntas comunes, cómodas, estúpidas whereareyoufromhowlongyou'vebeentravelingblablabla, el idioma imperialista que nos une, y no nos cuestionamos por qué, por qué tenemos que hablar tu idioma, por qué no se propagó el esperanto, el italiano, como lengua mundial mundana, por qué hablamos el idioma de los asesinos, señores, no quiero hablar tu inglés, aprendé vos a hablar mi español, el idioma de los otros asesinos, los asesinos de latinos, ya no de asiáticos.
No me interesa oír tus pedos sobre mi cama cuando me toca la de abajo, no me interesa oír tus ronquidos de gordo primermundista sobrealimentado, no me interesa saber tu opinión acerca de la ciudad que habitamos esporádicamente. Odio ir a hostels: ya no los veo como una oportunidad para conocer gente, porque toda la gente que quiero conocer seguramente en este momento esté leyendo un libro en soledad, o rumbeando en las alas de alguna mariposa, o viendo una peli desconocidamente artística en brazos del amor de su vida en Paraguay.
El hostel, la pesadilla del viajero introspectivo. El lugar común, a donde van a parar todas las facciones y los tonos de voz de aquellos que alguna vez fueron coordinadores de viajes de egresados.
El hostel, ese depósito incurable de pelos y mugre, de mala comida y tipos que pasan en toalla, ese cubículo infecto de adolescencia en donde los de 30ypico ya no debemos estar.
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