23.11.17

Plañideras

Me dicen: la gente no quiere leer cosas tristes. Me dicen: quiero que disfrutes todo.
Me digo que eso no es posible, en esta vida muy viva que me rodea, las aglomeradas sensaciones del alma, van y viene, suben, bajan, se revuelcan desenfrenadas con todos los pelos de mi cuerpo, generándome orgasmos en la piel; pero luego se retiran, se van, me dejan sola y me entrego a ese abandono dulce que me espera al fondo de una copa de vino. Blanco, casi siempre blanco. A no ser que quiera jugar a ser tanguera de voz aguerrida y nalgas firmes, ahí me clavo un tinto, y le hago un honor despistado a todos esos hombres de voz bien grave que alguna vez, con sus encías violetas, me besaron desde lejos en madrugada de subtes erectos y encandilados.
Mis miedos juegan a ser payasos desde mi sótano. Se me cagan de risa y me ganan las batallas.
La pesada herencia es la de mi feminidad. Mi abuela rezando, arrodillada al lado de su cama, donde yo dormía de vez en cuando, pidiéndole a algún dios que se la lleve. La misma abuela acercándose a su única nieta mujer, decidida a romperle las pelotas y generarle una muralla invisible alrededor de su cabeza:
- A mi nadie me quiere, no le importo a nadie.
- Eso no es cierto - palabras grandes en cuerpo pequeño (ese cuerpito desconoce la erosión que le van a generan décadas de acciones mortíferas, lastimosas, plañideras, y tan ajenas como propias te quieren hacer creer que son) Las pelotas, me dijo ese cuerpito, me clavaron como estacas tantas palabras en la piel, que me dejaron agujereado, soy cuerpito, me dejaron agujereado y mal retratado. La decisión primordial de romper para generar, de tirar bien lejos todos los ladrillos de la muralla, de perdonar a mi abuela por ser tan garca (cocinaba tan rico, te hacía una torta con gaseosa de pomelo y le salía increíble) y decirle que se deje de joder. Despertarme ese día, agarrarla de los hombros, crecer de golpe, sacudirla y pedirle, por el bien de mis hijas y mis nietas, que se deje de joder.

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