6.4.13

Ama sus manos.

José sabía y Eugenia sabe que está escribiendo mucho, que la escritura inconsciente y el dibujar mandalas quizás sean la única opción para no enloquecer o para no caer en una depresión misteriosa que la haga devolverse a las profundidades del abismo perpetuo.
Así como hace unos años, ella tragaba y tragaba, todo, pastillas, comida, palabras, agua, ahora saca, saca, saca con las manos. Ama sus manos. Piensa que debería cuidarlas más, pero no habla de cortarse las uñas o correrse las cutículas. Habla de besarlas, de hacerlas su ícono de luz, su más perfecta arma de amor.
Tendría que comenzar por desalojar a los seres viviendo bajo sus uñas y trasladarlos a una macetita, comer más ajonjolí para que el calcio las haga ser más fuerte y no se quiebren con cada rasguido guitarrero en honor a El Otro Yo.
Sacar con las manos, sacar con el culo, sacar con la boca, con la mente, poner la mente en blanco quiere Eugenia. Lamer su cerebro hasta dejarlo lisito y que se aborte su imaginación. Por eso dibuja mandalas, porque los círculos la hacen recrearse en un Universo perfecto, lleno de colores y de formas sin significado aparente. Sin palabras que hacen que la mente funcione cual relojito suizo hasta hacerla desesperar.

Ama sus manos, Eugenia.
Pero eso no quiere decir que se chupe el dedo.

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