Le cuesta acordarse de qué día es.
Ulises Hidalgo necesitaba tragarse la sumisión en forma de concha.
Que le dibujen en el cuerpo corazones con sangre. Que lloren por él.
La tranquilidad de un amor enfundado en agua tibia.
Todos caminan sin ver la luna que ella ve.
El flash que Ulises se comió al conocer a Matilda Jara no lo podría digerir nunca, nunquita.
Seguiría siendo pelota ese flash, en la nuca de él, o en la espalda, o en el cuello, ahí donde va la nuez.
Intragable, inrecordable, pero porque va más allá del recuerdo y el olvido, sigue presente, de alguna forma sigue ahí y él lo sabe y lo presiente cuando con su tibio amor vive sin hacer arte.
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