Perder la costumbre de escribir puede llegar a ser mortal.
Sentís que las palabras ya se te fueron todas, que no las podés unir para hacer frases que conformen un párrafo decente, que no tenés ideas, que la ortografía te vale verga (no, mentira, eso nunca).
Mi vida cotidiana se ha transformado en una sucesión de disparos fotográficos.
Y me gusta.
Es común que exs (odio esa palabra, pero la uso mucho. Léase mejor: gente con la que he estado viviendo lindos momentos) a los que les escribí textos, luego de no andar más juntos, sigan leyendo mi blog y me comenten como al pasar (o no) que se ponen celosos al ver que yo le escribo a otra persona. Es un lugar común. Eso genero. A ellos les digo: ja. Y un besito.
Tengo 32, casi 33. Y me pregunto si el histeriqueo, la histeria, el wileo, se acabará alguna vez. Me digo: ya sos grande, dejate de boludeces y predisponete a tener una relación sana. Real. ¿Qué es una relación sana? Creo que sólo tuve una o dos, a lo sumo, con muchas ganas, tres, en mi vida.
Chicos, qué es una relación sana? No. Mejor no contesten.
Me encantaría, en este momento, irme a Holbox sola por una semana y escribir, escribir, escribir, no hacer nada más que escribir, meterme al mar, tomar mate y fumar un poco de porro.
Escribir el asuntito de las terrazas.
Hace un tiempo, en la madrugada de año nuevo, más precisamente, me di cuenta de que las terrazas habían sido protagonistas bastante importantes de las historias de amor que tuve en esta vida. No hubo persona importante en mi vida con la que no haya tenido, mínimo, un lindo momento en una terraza. Es más, podría llegar a esbozar el siguiente axioma: si no tuvimos una linda terraza, no tuvimos nada importante.
Próximamente, eso. Terrazas.
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