Esa cosa que todavía me agarra quizás al despertarme, ese querer leer y hablar de literatura, ese escuchar de tu boca la palabra maravilloso, ese no entender que la perra que torne torbellino y se desespere mordiendo un hueso de quién sabe qué material.
Leer a Fogwill, cada uno en su lado de la cama.
Ser.
Al decir de ella: no escribo, no leo, no cojo, no pienso. Si como, si siento, si ando en bici, si saco fotos. Si duermo muchas horas por día. Y me pregunto si estaré anémica, ¿debería pagarme unos análisis? ¿O simplemente comer más lentejas?
La palabra intenso y sus derivados a veces asusta a la gente. Creo que aquí, dentro de estas fronteras nacionales, se utiliza a veces como sinónimo de pesado, denso, casinsoportable.
A mí, en lo muy particular, se me hace un sinónimo de apasionado. Y siempre me gustó la gente apasionada, creo que con pasión es cómo se logran las cosas que uno quiere en la vida. Creo que vivir sin pasión, sin intensidad es estar un poco muerto.
Ser intenso significa vivenciar todo el doble, o el triple, y yo soy intensa y me la re banco. Prefiero, aunque en el momento lo sufra y me quiera ir de mí, sufrir las caídas duras duras (total hago literatura para exorcizar) y luego volar hasta la ionósfera cuando me siento bien. Y aprender que esos momentos (ambos) pasan, que todo pasa y se repite en un eterno retorno nischeano. La vidita.
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