Estuve rodeada de amor y amigos por un mes entero. Tuve esa fortuna.
Tuve la enorme y hermosa fortuna de conocer gente increíble, y que esa gente increíble, conociera otra gente increíble y que todos coincidieran en mi casa para la navidad y el año nuevo y varios dias después.
Gente de luz, gente hermosa, sincera, graciosa, divertida y muy inteligente y generosa. Gente buena, buena gente.
Amigos, amiguisimos.
Y como todo es efímero en la vidita, esas lucecitas se fueron, de a poco, fueron, debieron volver a sus casas, a sus actividades, a su rutina y eso.
Eso, eco.
Un hueso hueco quedó en mí.
Se ahuecó de a poco.
Y el primer día de soledad en mi casa, luego de que esta fuera la casa del pueblo por 30 días, el primer día me siento rara y tengo que rellenarlo.
Y el segundo dia se siente diferente. La musiquita al amanecer, los mates mañaneros ya acompañan sonrisas, las comisuras se elevan y ya no bajan. Ya se instalan en mi boca para arriba, la noche boca arriba, la boca cara al cielo.
El segundo día estoy más relajada, por momentos pienso que será raro igual que ayer. Pero simplemente llevo la ropa a la lavandería, compro carbohidratos en el super y vuelvo a casa a limpiar, limpio, limpio. Todo, con cloro, con escoba, con Pinol, limpio en honor a la amistad, a mis poros, me limpio el alma, me ofrezco a dios con minúscula y me abatato el cerebro.
La música trasciende y acompaña la cadencia del día.
Y sólo recién al anochecer tengo esa bella sensación de sentir que si, que todo ahí va, que ahora si las palabras fluyen y puedo sentarme a vomitarlas sin meterme los dedos.
Y sigo sonriendo y me aliviano y me alegro y me amo por todo lo que tuve, lo que viví y lo que dí.
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