Haz la mochila, wey, porque un día te voy a ir a buscar y nos vamos a ir.
Te voy a dar un tiempo para que proceses esta información.
Ese día no es un día figurado, no es un día inexistente, no es una lejana idea de una mente soñadora.
Es un dia de junio de este año.
Haz la mochila, pon en ella tu traje de baño y tu cepillo de dientes.
No se me ocurre nada más que puedas necesitar.
No necesitas nada. Ya tenes todo ahí, en vos. Adentro.
Me las saco de adentro las palabras.
Me meto la mano por la boca, entra toda, entra el brazo, soy de plastilina.
Me rasguño las paredes del esófago, la lengua se hace a un lado para darle lugar a los dedos,
y ahí, en el fondo de mí, junto con el trasfondo de existencia que cené ayer, encuentro todas las palabras que soñé anoche, que se maceraron en mis sueños de teta al aire y mosquito en las orejas.
Un día te voy a ir a buscar.
No será sorpresa, será acordado, será justo el último empujón de valentía que necesites, será un trato de hechos. De seres. De intrigas y aventuras, porque no hay nada que perder, más que la vida, que de todos modos siempre se está yendo.
Te voy a ir a buscar, sabiendo que, al unísono, las que se irán juntas serán las almas, las ideas, los sueños y nunca, los cuerpos. Pero son realidades paralelas, ese consuelo hermoso que alguna vez, en pijama, me inventaron para que dejara de llorar.
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