El teatro puede transformarse en un pasatiempo tan asquerosamente burgués que me dan ganas de incendiarme. Dan asco las viejas platenses de caras tan arrugadas como pintadas, que se empilchan con sus mejores ropas, inluidos tapados de pieles en días de julio casi veraniegos, y salen solamente el sábado a la noche para ver una obra conocida con un actor galardonado. Luego vuelven a sus casas, a sus camas, con sus maridos, tan viejos y tan arrugados como ellas y chupan una pija imaginaria en la que dejan los restos de su lápiz labial bordó o naranja oscuro.
Estas en la puerta del teatro, intentando que la gente no te asuste, pensando que es gente y nada más, buscando algún hippie con el que intercambiar mirada cómplice, pero no encontrás a nadie, escuchás a Pángaro con el oído izquierdo, y con el derecho, a un chico que te pide una moneda para los pañales de un bebé. Pensás que te piden a vos porque tenés pinta de copada, pero sabés que no es verdad. La mendicidad (que palabra tan fea), como la muerte, no elige: arrasa.
Ves pasar la cola (¿por qué hacen cola si las entradas son numeradas?). Reconocés a la adjunta de Antropologia y a la psiquiatra del centro de día. Dios te salve garcía. Estas apoyada contra la puerta y la moves un poquito con tu espalda de jean. El chico te pide otra moneda y le decis con tranquilidad que no tenés y que ya te había preguntado, entonces se acuerda, te reconoce y cortando una palabra por la mitad, se va a seguir pidiendo. Es muy chico. También está pidiendo esa viejita que una vez o más fue a la facultad. En diagonal a la izquierda ves un fotógrafo y no entendes nada, hasta que mirás a la calle y ves cómo el intendente entra al son del flash. Es más alto de lo que pensaste que era, porque si, pasaste mucho tiempo pensando en la altura de ese señor. En la altura moral. Y te dan ganas de decirle al chico que le pida a él una monedita, que ese señor que ve ahí, al lado de la rubia teñida, es el intendente, el encargado de que él no esté más en la calle pidiendo moneditas y cargando con miradas de reojo pintadas de azufre.
Y entonces de nuevo la complejidad. Todo junto, todo se contradice y vos ahí, en el medio, mirando las cosas y creyendo ser la única que lo hace. Una mierda.
Encima vas a entrar a ver una puta obra con un puto actor que alguna vez amaste muy putamente. Y todo te recuerda todo. Y te querés matar, pero una vez adentro, mientras el tipo habla solito y como una vieja alemana sobre el escenario, te das cuenta de que no tenés tantas ganas de matarte como pensaste que tendrías. A veces perdes la concentración y te vas a pensar en él por un rato, un rastro. Y no haces nada. Por qué hay tantas toses. Y tanta hipocresía respirando - respirable?
2 comentarios:
Sublime. Creo que decir mas u otra cosa, seria manchar tu texto.
lindo post, linda catarsis, me gustaria saber de que obra se trataba la que fuieste a ver.. un beso nos leemos
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