8.4.08


En la madrugada del 25 de enero de 1972, Alejandra se suicidó tomando cincuenta pastillas de seconal sódico. Es una muerte ritual. Cuando sus amigos entraron a su departamento de la calle Montevideo, encontraron a sus muñecas maquilladas y entre sus papeles de trabajo, un texto perturbador: "No quiero ir más que hasta el fondo". Fascinada por la imagen de los artistas malditos (Rimbaud, Artaud, Mallarmé), ella había querido construir "el poema del cuerpo con mi cuerpo".

Noctámbula empedernida, frecuentadora de cafés tanto en Buenos Aires como en París donde conoció a los más famosos escritores latinoamericanos y europeos, Alejandra Pizarnik abusó de las anfetaminas tanto para sostener su inspiración literaria como para combatir sus crisis depresivas. Pero su inicio en la adicción tiene que ver con su rebeldía frente a ese cuerpo que no condecía con sus búsquedas de belleza y espiritualidad.

Con sensibilidad femenina, su biógrafa Cristina Piña señala cómo la gordura fue su obsesión hasta sus últimos momentos. Ella que siempre se había escondido bajo vestimentas estrafalarias (sweaters y pantalones holgadísimos, tres talles más amplios de los que se correspondían), en sus últimos días solía fotografiarse desnuda o abrir la puerta de casa en bombacha y corpiño para escándalo de sus visitantes. Mostraba su cuerpo, porque después de tantas anfetaminas se había convertido en una mujer delgada, aunque cercana a la locura.

Alejandra Pizarnik no se puede comparar con Samantha, que con su ombligo al aire, dice por televisión que las "mujeres me envidian porque no tengo pancita", pero es indudable que existe una relación entre drogadicción e ideales eróticos femeninos que persiste a través de los tiempos y reaparecen bajo distintas formas.

En mi generación, la moda Twiggy coincidió con la venta libre de las anfetaminas como remedio para adelgazar. Descubro que los narcos vendían cocaína a las adolescentes en los Estados Unidos argumentando que era buena para adelgazar. Actualmente, que se usa la onda cadáver o enferma, cuerpo esquelético y ojeras pronunciadas de tuberculosa como la modelo Stella Tenant, no es raro que la droga top sea el éxtasis, que se vendió hasta los años '20 como remedio anorexígeno.

Leyendo a Antonio Escohotado descubro que en algunas versiones medievales las brujas no eran horribles señoras de cabellos desgreñados, sino esbeltas jovencitas conocedoras de filtros, ungüentos y pomadas capaces de inducir a trances y viajes hipnóticos. Esos ungüentos eran hechos a base de hachís, flores de cáñamo hembra, opio, hongos y setas visionarias. La piel de sapo, animal preferido de esas damas, contiene una droga llamada dimetilprimtamina o DMT, parienta lejana del actual "éxtasis". Las brujas no eran saludables matronas, sino flacas anoréxicas que se pasaban la noche adorando a Satán. En vez de ir a las discos, se encontraban en Sabbaths en medio del bosque, pero como muchas adolescentes de ombligo al aire tampoco dormían hasta el amanecer.

2 comentarios:

Aprendiz de borrachín dijo...

Algo que siempre recorde:

"Una mirada desde una alcantarilla puede ser una vision del mundo.
La rebelion consiste en mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos"

Suena Femme Fatale, y yo te leo con toda la madrugada encima

Anónimo dijo...

Te quieero tannto,volvi a las anfetas, te dije? ajaajajaj
Pero shhhh,no se o digas a nadie, lo uso como incentivo para seguir ladieta.
Muaaaaaa