23.2.14

He inventado el mundo que veo.

Una mini hormiga camina por los pelos de mi brazo, como en un baldío cualquiera de Capital.
Un gatito negro se esconde detrás del tanque de agua, se purga y no quiere la comida que le ofrezco.
Fueron muchos los cambios que vivió Pereyra en muy poco tiempo.
Pereyra sabe que las pruebas se las pone el mismo porque no sabe quién es. Pereyra se mete en una relación jodida con una mina oscura y tenebrosa, porque no sabe hasta cuándo puede aguantar, no sabe cómo reaccionar, no sabe cómo es él es una situación así. Y luego, claro, el pobre se queda con el mono parlante hablando más que nunca y el ego jodido. Sin nada de radiante.
Pero ojo, Pereyra no es un pelotudo. Es un tipo común, que anda a los tropezones por la vida, a veces encariñándose con las piedras que generan sus tropiezos.
Es más fácil cuando sólo el ego está dañado.
Lo difícil es sanar un corazón roto, eso lleva más tiempo. Y Pereyra se alivia tanto cuando se da cuenta, mate tras mate, de que su corazón sigue latiendo intacto porque la oscura afortunadamente sólo le dejó el eguito un poco torcido. Un poco.
El corazón parece descubrir antes que nosotros mismos cuando una persona no es, y entonces se autofabrica una película impermeable, imparable, inasible, invisible pero potente que impide las heridas. Y ahí salta el ego, con todas su inmensidad, toda su ficción de grandeza y realidad y es él quien se siente feliz de tener y luego triste de no tener.
Pobrecito el ego, no sabe que en realidad no tenemos nada, nada existe (él tampoco) y todo pasa, la calma y la felicidad también, porque...la vida siempre vuelve a su forma circular.

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