Ella está por embarcar-se en una aventura más, un barco mental, un trasatlántico.
Begonia despertó ese día asustada de su nombre y sus ganas de verlo. begonia despertó asustada de sus dudas y de odio ficticio. Su odio encubría amor.
Habia soñado una frase. Sólo una, en toda la noche, repetida en mil diferentes tipografías. Y todavía dormida, marcó su numero en el teléfono. Pero antes de que comenzase a sonar, cortó. Quiero que me llames, Benjamín, se repitió, le repitió a él, a la vida y a la atmósfera.
Begonia sabía el poder claro de sus sueño y como estos son una realidad paralela. Y cada noche, en cada sueño, se subía al pecero que la dejaba en Taxqueña e iba a buscarlo, no sin antes comprar un bisquet de cajeta en ese puestito.
Toda las noches el mismo sueño-realidad alterna. Todas.
Pero nunca, nunca lo encontraba. Siempre acontecía algo que la dejaba inconclusa. Tampoco en esa realidad podían encontrarse. A veces el pecero chocaba, otras, las lluvias elefánticas del septiembre caribeño la despertaban (un trueno mundano). Lo más cerca que estuvo fue ver el parque desde la esquina, acercarse y tocar el timbre de su casa, y zas, en ese momento, todo tembló. Todo. Y a Begonia la tragó la tierra, una tierra húmeda y saborizada.
Entonces, cansada de buscarlo sin encontrarlo, cansada de musicalizar sus sueños con trovas azules, comenzó a llamarlo con sus deseos, quiero que me llames, Benjamín. Llamame, Benjamín. Quiero contarte que todavía respiro.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario