Me gusta más cuando las sonrisas son gratis, y no interesadas en nada, claro.
Cuando te las da una señora que pasa por la calle, así, sin más. Cuando, al salir, tu vecinito de al lado te dice desde el techo de su casa: hola vecina, y te sonríe. Me gusta cuando las sonrisas me las pinta una canción que tiene mi nombre falsificado, en la mañana, en la tarde, en la mañana. Lo primero que escucho, luego, a meditar.
Pongo un mantra, el mantra de siempre, pero como medito si tengo una sonrisa y mi nombre falsificado clavado en tu voz?
El mozo que ves salir del cabaret, el tipo tirado debajo de la autopista, que está pedo, pero no tan pedo como para no cambiar de posición.
Amo el México bizarro, si, quiero enamorarme de un chilango y quedarme a vivir acá, en este país de huracanes, de rebozos y narcos, de elotes que se venden solitos por la calle, de garrafones de agua pinchados.
Amo el México bizarro, amo el esbozo que me dí por su capital, por tu barrio, por el mercado de Coyoacán, en donde te regalan con una sonrisa el chocolate con que bañan a la paleta de cajeta.
Sus payasos tristes, sus payasos desolados, desocupados, decepcionados, sus payasos de altoparlante y el concurso de matemáticas.
Las tribus urbanas y el metro son sus hombres parlantes.
Quisiera que sea nuestro paseo de domingo ir al parque. Un domingo, nada más.
Depois, vamos fugir.
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