"Hay mucho estudiante que viste corderoy y topper en mi ciudad, y el invierno se llena de pulóveres de llama". La primera frase que le escuché decir, antes la oía cantar, aguditos, con la cara hinchada de muela de juicio. Pero no sabía que sus palabras también tenían contenido, además de la sonoridad pluscuamperfecta. Las unía su odio por los arácnidos y las complementaba su miedo y su bravura. La inventada y la otra, la real que aparecía ante los ojos amenazadores de hombres con rulos.
Hasta que vuelvas a quererme, me voy a dejar el esmalte negro en las uñas. Y si el esmalte se va, me voy con él, al infinito colombiano, a las yungas bolivianas, a tus bosques de inframundos, irme con el pincelito, dejarme abarrotar por la tortura de tu ausencia, pero irme, llevarme lejos metida en un baúl.
Juguemos a que la realidad es como queremos que sea, durmamos, droguémonos mientras pasa la vida en tu cueva de Balvanera. Oscura y rábica, mugrienta y amorosa.
Cortame el pelo, todo, con la gillette desafinada que encontraste abajo de la cama.
Desviar el miedo hacia el cajón peruanmo, hacerlo música, viento, golpes, arte corporal y escatológico.
Quizás, que no estés siempre acá para tocarte, haga que mi vida tenga un sentidito, me dijo y me morí.
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