pensar en alguien y que no aparezca,
subir a una bicicleta recién inflada, sentirse un primor en primavera.
Tus bermudas desconocidas y las patitas de pollo de seitan.
La capacidad de los felinos de dormirse parados en medio de un espacio abarrotado de gente o en mitad de un salón de baile vacío, poco importa, con baldosas lustradas de color ladrillo.
La exigencia que te demandan personas cuyos cabellos azarosos te miran girar.
Tu cara de lata, recordarla, amarla. Tu cara de nada, mi cara de nada, la hiperterra, la hierática desazón que llena los miércoles.
Los mocos desatinados que pegamos en suelas de zapatos ajenos. Saludar a la señora triste. Cortar folletos y más y más. Y la cara del gato apoyada en tu mano, la cuchara que reemplaza tu presencia sagrada en mi colchón.
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