Viajar te obliga a la soledad. Una vez que comenzas a dejar los lugares, también te ves obligada a dejar a las personas. Los lugares y las personas, las cosas tampoco, ya no son lo mismo cuando volvés. Vos tampoco. Todo es otro. Tode es otre, otra cosa. Y te generan sentimientos diferentes y vos a ellos, y te vas moviendo de lugar en lugar y vas generandote una soledad inmensa ahí donde estés, que llega un día en que amaneces y te das cuenta de que lo único que podés hacer es buscar ese rinconcito donde seas feliz. Y si no sos feliz en la ciudad, te tenés que ir. Y si sentís fea la intensidad ahí donde amaneciste, te tenés que ir, y no, quizás, seguir intentando ser feliz donde ya comprobaste que no lo sos. O donde estás sola pero infeliz. Lo mejor es sola, pero feliz. Aunque tengas que dejar a tu gata, aunque duela un montón sentir cómo el tiempo genera desapegos inútiles entre amigas de la infancia. La vida al final, se resume en eso que sentiste cuando te separaste de tu primer ultra novio, ese con quien conviviste durante dos años cuando eran bien pibes. Se separaron cuando terminó el contrato, y podías elegir entre quedarte sola en ese dpto. o buscarte otro que no tuviera recuerdos.
Y te buscaste otro.
Bueno, yo ahora me voy a buscar otro.
Y te buscaste otro.
Bueno, yo ahora me voy a buscar otro.
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