Apocalipsis vomitiva de palabras.
Mañana termina el año.
El jueves deberíamos ir a Tulum a pescar sincronías.
Tengo dos ovarios chiflados que silban melodías vibradoras sin gusto a mar.
Tengo mucha suerte en el trabajo, buena vibra, no es suerte, es algo. Quién sabe qué.
Tengo un mundo de sensaciones, diría Sandro. O Mollo.
Tener, qué es tener?
Tener es tocar, es palpar, es sentir.
Es nada.
La nada atraviesa gargantas, mundos lejanos, nuevas secuencias filantrópicas.
Un avión bajo el sol.
Un beso no es nada más que la boca contra una superficie, dice el astrólogo, el nuevo astrólogo de Roberta Arlt.
Nuevos horizontes son los que dibujan los niños de jardín, son sus crayones de cera perversa.
Desde mi ventana veo: 3 o 4 palmeras, el silencio de la canchita de fútbol y el ladrido de un perrito gris. El árbol de nuestra casa, la comunidad de Raquel y sus hojas verdes, sus pedidos de sábanas, el vecino venezolano que me regaló sal gruesa. Una ventanita. A lo lejos, una ventanita. Un tipo mudo, que pasa, un cerebro que crece, dos alas de bicarbonato de sodio y la respuesta a la pregunta: tendrías una familia acá?
Cosas, situaciones, el decir nada, el sentir todo.
Ni modo?
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