El DF es como un mar de interpretaciones fotográficas que no quiero dejar de visitar nunca.
Caminar por Coyoacán sola es una experiencia surrealista y metafísica.
Pensar, llorar, respirar el aire viciado de la ciudad contaminada. Reir e imaginar.
Ver a los viejitos bailar danzón en la plaza de los coyotes. Admirarlos, amarlos.
Entender que esta es mi vida y que ahora estoy acá.
Entender que me la forjé, la elegí y le alijo a diario.
Es así: uno nace, a uno lo ponen en un lugar, en una familia, en un contexto y lo demás es acción: quizás nunca nos damos cuenta de que podemos hacer de nuestra vida otra cosa. Quizás la iluminación baja, y si lo entendemos y lo accionamos.
Es ahi cuando vamos hacia eso. Tal vez no tengamos demasiado claro hacia dónde, pero si escuchamos adentro, algo nos dice que es por acá y hacia allí vamos.
Y es por eso que acá estoy.
Me atravesé a mí misma y al continente para llegar a dónde estoy ahora.
Y lo que falta, eh.
Darme vuelta y quedar con el interior del otro lado para sentir y sentir.
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