Más allá del nivel de antisociabilidad que te caracteriza, lo pasamos bien.
Las olas que son infinitas y te mojan los pies, tu piel salada. Niños con pañales, caracoles, gente levantándolos, asumiendo su supremacía como humanos y que al caracol no le va a joder en absoluto ser levantado pro una mano burguesa, y pasar a ser adornito de casa o juguete momentáneo de pendejo caprichoso.
En esa camioneta hacía mucho calor y te cara me ponía incómoda, esta es la historia de otra masoca más, que se queda con la mujer de su vida, que es amargada y un poco basura, pero tanta piel hay.
No le podemos contar lo lindo que cojemos a la gente que nos mira con cara de extrañamiento brechtiano al sabernos juntas y desoladas y quizás un poco incómodas. No.
No nos interesa. Y tener metas en común también es una linda forma de inventarse una vida. Excusas. La playa te relaja y el sábado a la tarde me hiciste masajes. Suavecitos, porque el clonazepam te quita bastante vida y en fin.
Fue lindo coincidir en caminar un poco más, pero encontrarnos un lugar alejado. Fue lindo que la playa no estuviera abarrotada de gente que no, o gente que si o que ni. No somos playeras que gustan de churros, tejos, juegos de cartas o pelota paleta. No. Nos gusta encontrar una linda sombrita al pie del médano, encender un cigarrito de marihuana y quedarnos así, mirando el mar, siendo mecidas por el aire salado y el sonido, rodeadas de gaviotas que planean mas no planifican.
"Me encantaría ser gaviota", fue lo primero que me dijiste desde que te dieron el alta. Tres días sin hablar, me hiciste acordar a esa película animada, la niña tejiendo en mudismo para liberar a sus múltiples hermanos, que habían sido convertidos en pájaros por alguna bruja malévola, para vengarse con sangre caliente y joven. Caliente y joven.
Creo, y quizás lo tema, no poder olvidar nunca más tus ojos mirándome desde esa cama blanca y horrible. Por momentos tenías la mirada perdida, habías dejado tu cuerpo y estaba bailando ska en la estratósfera, no estabas ahí, me abandonabas para no llorar por tus debilidades. Luego volvías y no dejabas de mirarme, seguías con la mirada todos mis actos. Y me sonreías como mostrándome un desconocido lugar de libertad en vos.
Me encantaría ser gaviota y te miré. Mirabas los pájaros y no te inmutaste. No te dije nada, pero te di un beso en la pierna, mi voz había sonado demasiado esos días como para que siguiera sonando sin sentido, diciendo estupideces. Me enamoré de vos porque no hablas al pedo. Nunca te escuché hablar del clima en un ascensor, ni de ropa, ni de dinero, ni de imbecilidades varias.
29.12.10
Piernas saladas
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1 comentario:
hooola, que hay por aca?.. se me habia perdido tu blog...
un beso.
hel*
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