12.2.05


Buma/Alejandra
Si en la infancia de Buma ya pueden distinguirse ciertas fisuras que la recortan, pese a la apariencia de normalidad, respecto de las demás chicas, durante la adolescencia se producen cambios notorios y definitivos que irán configurando su personalidad y la convetirán en la "chica rara" del colegio, llena de excentricidades y, para algunos padres, en la imagen exactamente contraria a la que aspiraban para sus hijas.
Para colmo de males, desde más o menos esa época -los quince años- fuma a escondidas como un murciélago, a pesar del asma y de que hacerlo constituye un verdadero "pecado" para los adultos; cuando está con sus amigas es malhablada y "puteadora". "Malos modales", sentenciarán algunas madres.(...) Para sus amigas, en cambio, si bien era la excéntrica del grupo, resultaba una compañera macanuda y divertidísima, que siempre se descolgaba con algo raro, movilizador y atractivo.
Ya en el secundario Buma estaba fascinada por la literatura. No sólo la que le enseñaban en el colegioo la que, secretamente, iba descubriendo y haciendo circular entre sus compañeras -Faulkner, Sartre- , sino la que escribía.
Sobre la relación de Buma con los varones hay dos versiones exactamente contrapuestas, pues, por un lado, la memoria recupera una Buma "piola" que, pintada como una puerta, se hacía la vampiresa en los asaltos y, horror!, "chapaba" alegremente con los muchachos. Pero, por otro lado, hay quien recuerda una falta total de coquetería en las fiestas -pantalones manchados y arremangados, mocasines informes y la cara lavada entre las muselinas y los maquillajes de las "señoritas"-, una especie de desinterés sexual casi absoluto y ni la menor confidencia acerca de atracciones por algún muchacho del barrio o conocido en alguna reunión.
Seguramente las dos versiones son absolutamente ciertas: ante el grupo más convencional y tradicionalista de compañeras, Buma jugaría a la liberada, exteriorizando a la adolescente que se sofocaba entre tanta pacatería y necesitaba, además, llamar la atención, distinguirse, mostrarse -rasgo que mantuvo, transformado, durante toda su vida-; ante quienes eludían más las rigideces del intercambio canónico entre varones y mujeres propio de la época, se comportaría como quien simplemente quiere divertirse, al margen de que alguno de los muchachos la atrajera, y llamaría la atención a partir de sus salidas verbales, que ya por entonces eran famosas.
(continuará) En Alejandra Pizarnik, de Cristina Piña.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

devolveme el libro,¡chorra!En el fondo siempre estàs hablando de vos

Anónimo dijo...

chorra, devolveme el libro, en el fondo siempre estàs hablando de vos...