Siempre doy vueltas antes de decidir la mayoría de las cosas que creo fundamentales. Decir que siempre doy vueltas antes de decidir cualquier cosa no sería cierto. Pero si creo que en algo me juego un poco quién soy o una partecita de mí, le doy vueltas, muchas, me encargo de comerme bastante la cabeza y una vez que siento que el craneo se me está por partir en cuarenta y seis pedazos, me decido. Lo consulto, lo hablo, la gente me apoya, o no, o qué sé yo. Y luego de haber decidido aparece la culpa. Y con ella, las estrategias chulsianas para que la puta me deje disfrutar de mi decisión: preguntarme, en un intento por darme apoyo antes de entrar en la ducha, si no es normal que una persona, luego de un año automatizado, quiera un año super tranquilo y disfrutable. Y uso la palabra normal, santa inocencia.
Y no me voy a olvidar la cara de Pao cuando me dijo que estaba bien, pero que no se me ocurra quedarme encerrada en mi casa. Se puso seria la Pola. Y yo la quiero.
Le digo chau a los lunes con ataque de angustia. Al menos por este año. dejé de cursar Trabajo Social IV y no me arrepiento, aunque hoy, en ese sillon y agarrada fuerte a ese almohadón con flecos, le siga dando vueltas al asunto para alejar un poco más a la culpa y reafirmar que es una decisión que NO implica volver al pasado. Porque retroceder es imposible. Tan simple como eso.