3.5.05

Teoría del caos. Parte II

Autoorganización del caos
Estamos observando la autoorganización del caos por todas partes en la naturaleza. Es una autoorganización que aporta al sitema mucha más estabilidad y flexibilidad que caulquier estructura que haya sido creada artificialmente.
En un sistema autoorganizado por individuos, por ejemplo los termes, hay varios niveles de organización. Dependiendo de las circunstancias, de la densidad de la población, etc, las "reglas" cambian. La conducta individual sigue unas reglas, la conducta colectiva sigue otras. Hay que tener en cuenta que la unión del grupo de individuos no se debe a que un individuo solo o una elite están asumiendo la dirección. A partir de la actividad individual aleatoria se produce una retroalimentación, con lo cual el sistema se autoorganiza; entonces las reglas colectivas (surgidas de la aletoriedad de las individuales), restringen en determinado grado las reglas individuales. Sin embargo, esta dinámica global del sistema no puede reducirse a la dinámica de sus unidades constituyentes.
Control
Los sistemas caóticos son muy flexibles. Si tiramos una piedra al río, su choque con las partículas del agua no cambia el cauce del río, sino que el caos se adapta al cambio. Sin embargo, si el río hubiese sido creado por nosotros con un orden artificial, donde cada partícula de agua tuviera una trayectoria determinada, el orden se hubiera derrumbado completamente. El caos en realidad es mucho más perfecto que nuestro orden artificial; hemos de comprender el caos y no intentar crear un orden rígido, que no sea flexible ni abierto a la interacción con el medio.
Siempre hemos estado obsesionados por el control, creemos que cuantas más técnicas creemos, más control tendremos sobre el mundo. Pero con cada tecnología nueva que introducimos se nos echan encima un montón de problemas, para cada uno de los cuales hemos de inventar nueva tecnología. Volvamos al ejemplo del río: si tiramos una piedra el cauce no cambia, pero si tiramos una roca gigante la flexibilidad del sistema caótico no será suficiente. Es lo que ocurre en la Tierra: es un sistema caótico: siempre cambiante y adaptándose, pero si nos pasamos de la raya el sistema se puede romper. De echo lo está haciendo y por eso tenemos problemas con la capa de ozono, el aumento de la temperatura global y el deshielo, problemas con los recursos como el petróleo, etc.
Aprender a vivir en el caos no significaría aprender a controlarlo, ni a predecirlo. Al contrario: hemos de enfocar la cuestión desde el punto de vista de que nosotros también somos parte del caos, no nos podemos considerar como elementos aparte. Desde esa perspectiva lo que podemos hacer es vivir de la creatividad del caos, sin intentar imponernos: si conseguimos relamente formar parte del sistema el concepto de sujeto y objeto desaparecerán, con lo cual el problema del control también.

Más que estereotipos dualistas
El cerebro interactúa constantemente con el mundo mediante los sentidos para abstraer y trazar unos rasgos significativos. Lo que nosotros vemos son sólo esos rasgos. El mundo es tan increíblemente complejo que nuestra mente utiliza muchísimas técnicas para simplificarlo, tanto inconsientes como conscientes. Pero una vez que hemos establecido unas pautas dentro de una situación compleja, hemos de buscar los matices.
Una técnica que utilizamos hoy en día para simplificar es la digitalización de los datos. Se llega hasta el extremo de que si un dato no es digitalizable es ignorado. Sin embargo los datos analógicos contienen mucha más información que los digitales.
La ciencia usa las matemáticas como un filtro para simplificar y volver abstracta la naturaleza. Pero esto implica que la ciencia se limite a lo que es cuantificable y susceptible de medición. Quizás esto sea una simplificación y fragmentación excesiva. Si todo el mundo científico se dedicara a estudiar un único organismo completo, por ejemplo un determinado protozoo, pronto nos daríamos cuenta de que nunca llegaremos a saber lo suficiente acerca de él para comprenderlo. Puede que parezca una cosa simple al imaginárselo aislado, como un elemento más, pero se vuelve interminablemente complejo al darnos cuenta de que está conectado con todo lo demás. Habría que obtener un conocimiento profundo acerca de toda la historia de la evolución y la dimámica total de su entorno.
Estamos acostumbrados a simplificarlo y estereotiparlo todo. En esos estereotipos se pierden la sutileza y la individualidad. Nuestro entorno aparentemente inundado por la información está lleno de simplificaciones. Nuestro entorno televisivo y publicitario segmenta la complejidad de la vida en pequeñas unidades de imágenes y sonidos que evocan emociones simplificadas y estereotipadas, que nos hacen sentirnos más cómodos.
Por otro lado, si nos dejamos dominar mucho por los detalles seríamos incapaces de extraer el significado de cualquier situación. Deberíamos preguntarnos si la aparente complejidad o simplicidad es inherente a un tema concreto o es algo que nosotros estamos proyectando en la situación.
Dualismo
Una de nuestras permanentes fuentes de confusión (* ver nota) procede de nuestra insistencia en parcelar el mundo en dualidades. Esperamos que las cosas sean o simples o complejas, subjetivas u objetivas, mi punto de vista frente al suyo, etc. ¿No es posible que cada uno de estos polos contenga al otro? ¿Por qué tanta gente que fanáticamente buscaba el bien ha acabado haciendo el mal?Nota: confusión no es sinónimo de complejidad. Confusión es la alarma que nos informa de que estamos dejando de ver la simplicidad esencial dentro de lo complejo o que estamos despreciando demasiado los matices dentro de lo simple.
El problema es que nuestra obsesión por las dualidades no nos deja ver lo que está ocurriendo. Por ejemplo, ¿es el mal y lo injusto de la sociedad el resultado de "individuos malvados" y de sus conspiraciones, como sugiere el dualismo? ¿O esas desgracias se derivan algunas veces de las actividades de la gente común que acepta los estereotipos, los eslóganes y otras simplicidades de la sociedad, mientras que, al mismo tiempo, se quejan de que todo es "demasiado complicado"?
Queremos huir de las tensiones que generan la ambigüedad y la incertidumbre, pero cuanta más energía cargamos en un polo de la dualidad, más atrae la carga de su contrario. Por eso tenemos algunas "técnicas" para escapar del dualismo: la ironía, las metáforas, el humor, la paradoja...

La no-linealidad del Tiempo
Hemos reducido la esencia del tiempo a mera cantidad, ya no nos damos cuenta de sus cualidades, ignoramos completamente su naturaleza interior. En nuestro mundo postindustrial, el tiempo se ha convertido en algo mecánico, impersonal, externo y desvinculado de nuestra experiencia interior.
Mientras creamos que el tiempo es una línea recta arrojada desde el pasado hacia el futuro, es difícil recontar muchas de nuestras experiencias temporales interiores, que normalmente menospreciamos como ilusiones, disociaciones, rarezas de la memoria y la percepción, en cualquier caso nada que ver con la naturaleza física y esencial del tiempo. La teoría del caos sostiene que no hay líneas simples en la naturaleza: cualquier línea, vista desde una escala diferente, resulta ser una sucesión de formas, de irregularidades, curvas, etc. El caos también sugiere que nada tiene justo una, o dos o tres dimensiones, sino que está "a medias" entre ellas y que estas dimensiones son fractales y no lineales. Todo es también es aplicable a "la cuarta dimensión".

Cuando la vida corre peligro, el tiempo parece detenerse: los acontecimientos suceden a cámara lenta y tenemos un mundo de tiempo para decidir si frenar o acelerar para evitar un choque. Es como si cada acontecimiento dentro del paisaje se desarrollara según un tiempo individual con su propia medida de ser y de movimiento. Esa experiencia del tiempo quizá no sea una simple ilusión producida por una mente sobrecargada de adrenalina, cuanto una clara visión momentánea de cómo son realmente las cosas en las dimensiones del tiempo. Al desconectar del tiempo mecánico del reloj podemos experimentar los matices del tiempo fractal: nuestra experiencia se expande dentro del tiempo y actuamos en consonancia con nuestros ritmos internos, permitiendo que éstos estén en armonía con los ritmos del sistema que nos contiene. Cuando estamos mirando el fluir de un arroyo, escuchando el viento a través de los árboles y el canto de los pájaros u observando la conducta de las hormigas, podemos llegar a sentir desde los microacontecimientos que, llenos de matices, fluyen sobre nosotros , hasta el flujo de las olas del tiempo más grandes y lentas, como el movimiento del Sol a través del cielo, el calor de la Tierra, la germinación de las semillas, el envejecimiento de los árboles, etc. Todas estas dimensiones fractales del tiempo se curvan y se quiebran también dentro de nuestros cuerpos, y están sincronizadas con nuestros ritmos temporales interiores. Cuando estamos absortos en la contemplación de un paisaje natural, cuando nos enamoramos, cuando estamos en crisis o cuando algún peligro nos amenaza, todo esto son momentos en los que un cambio de conciencia nos permite olvidarnos de nuestros prejuicios sobre el tiempo y entrar en ritmos temporales diferentes. También cuando soñamos nos adaptamos a un tiempo diferente, donde una larga y compleja historia es vivida en pocos segundos.
Hemos separado el tiempo de la inmediatez de la experiencia humana, reduciéndolo a números manipulables mediante una ecuación. Está claro que para un contable el tiempo no tendría utilidad si fuese algo que se replegara sobre sí mismo, que se dispusiera en capas y que tuviera una textura rica. Tampoco lo podríamos utilizar como mercancía, tal y como lo utilizamos ahora: lo gastamos, lo ahorramos, o lo perdemos, pero nunca tenemos suficiente tiempo. " t = $ ". Partimos de la estación del nacimiento y vamos caminando hacia el destino final, pensando que nuestra vida es esa distancia que queda antes de la estación final: contemplamos el tiempo como algo que es devorado rápidamente, como el tren engulle los raíles que tiene por delante. Nuestro desesperado objetivo es "llenar" al máximo el tiempo que queda. Lo dividimos en años, días, segundos e incluso, los que trabajamos con ordenador, en microsegundos. Tratamos de conseguir cierta cantidad de cosas en un tiempo concreto pero nunca conseguimos sincronizarnos con sus artificiales divisiones y medidas, y eso genera estrés y nerviosismo, nos sentimos desgajados de nuestro verdadero ser: nuestra experiencia interior rechaza esa precisión de intervalos iguales. De hecho las grabaciones musicales analógicas parecen tener un sonido más "cálido" que el sonido digital sintetizado por ordenador, por no presentar esas medidas exactas hasta los microsegundos y por no tener unas frecuencias fijas y precisas.Hay culturas que están ajustadas a otros tipos de medida del tiempo: Los polinesios se han sincronizado con el flujo del tiempo en su entorno. Para ellos la vida se extiende a cámara lenta al amanecer y al anochecer: en ese tiempo se desarrolla una gran actividad y lo que para nosotros son 30 minutos, para ellos pueden ser varias horas. Al medio día la gente descansa y hace el mínimo esfuerzo: entonces, una de sus horas es más larga que 100 minutos nuestros. Nosotros diríamos que las horas de los polinesios tienen una longitud desigual, pero según la experiencia de ellos una de sus horas del medio día dura igual que una de sus horas del amanecer, pues contienen la misma cantidad de actividad.
En nuestra compulsión para mejorar la eficiencia, olvidamos que el trabajo inteligente de los seres humanos no es una mera cuestión de velocidad. (No hay más que ver el aluvión de errores que recibimos en los e-mail todos los días.) En vez de hacernos la pregunta de cuánto tiempo tenemos, podemos hacernos la pregunta ¿Qué tiempo tiene significado para nosotros? No necesitamos más tiempo, sino un tiempo más pleno, no lleno en el sentido de haber hecho un montón de cosas, sino el sentido de comprometernos con la actividad que desarrollemos.
Muchos artistas creativos han intentado describir el modo en que perciben de una vez la contemplación de una obra de arte completa, aunque algunos detalles sean desarrollados posteriormente. A muchos compositores se les ocurre una composición completa y la ven fuera del tiempo, puesto que la en estos momentos la pueden "escuchar" entera en unos segundos o en menos. Ya a la hora de traducirla a notas, han de situar la obra en un tiempo lineal. Pero esa creatividad puede haber necesitado períodos largos de "pasividad". Nuestra creatividad individual exige que cada actividad se produzca en su tiempo adecuado. Una vida creativa requiere prestar atención a las cosas de un modo que permita que cada esfuerzo crezca a su propia manera desde el contexto nutritivo de todas las otras "empresas" creativas desarrolladas. Así podemos permitir que multitud de procesos creativos se desarrollen simultáneamente, porque en realidad están sincronizados, forman un sistema. Si sumáramos la totalidad de tiempo que se emplea en un día creativo y lo dispusiésemos en un horario lineal, probablemente excedería las 24 horas del día. Algunos creadores parecen tener una alianza indisoluble con las dimensiones fractales del tiempo (y a nosotros nos parece raro que ellos no quieran adaptarse a las agujas del reloj). Ese tiempo expansivo y rico está disponible para todos nosotros, pero nuestra sociedad industrial nos condiciona para no experimentarlo de esa manera: sabemos hacer sólo una cosa a la vez y cuando intentamos hacer varias, no les permitimos sincronizarse a su propia medida del tiempo sino que les imponemos límites horarios... y normalmente acabamos fracasando en todas esas tareas.
Que uno siga su reloj interior y no el artificial no quiere decir que cada persona tenga que ir a su aire, independiente de los demás. Cuando tenemos que hacer un trabajo en grupo hemos de adaptarnos a un tiempo común. El peor caso sería que haya poca comunicación entre los individuos y todos tengan que intentar adaptarse a un tiempo mecánico del reloj. El mejor caso sería éste en el que los individuos trabajan a gusto, llegan a comprenderse perfectamente y, aunque cada uno está siguiendo su propio reloj interior, milagrosamente resulta que todos estos relojes individuales en el grupo están sincronizados (están en armonía aunque tienen ritmos temporales diferentes, dinámicos, siempre cambiantes: esta extraña sincronización es una de las características del caos).
En cualquier momento, ahora mismo, por ejemplo, podemos intentar experimentar toda una eternidad en tan sólo un seguno ... pero seguro que acabamos dejándolo "para el fin de semana" o para "cuando tengamos tiempo".

La información ausente
La teoría del caos tiene que ver con la incapacidad de predecir y controlar, con la incapacidad para hacer una descripción completa, con lo que algunos científicos han llamado "la información ausente". Esta información ausente puede ser de gran importancia pero... está ausente.
Las paradojas y los koans nos llevan al límite del pensamiento lógico, racional y ordenado. Obligan a la mente a moverse en espiral y realizar repeticiones lógicas mientras intenta resolver el problema. Sin embargo, puede que no haya solución desde el contexto en el que están enmarcados. Nos dicen que algo falta, algo es incompleto acerca de nuestro concepto de realidad. Pero solo el hecho de que pensemos en tales paradojas significa que somos superiores al sistema conceptual que hemos creado; puede que nosotros seamos la información ausente que estamos buscando. Las paradojas se enfrentan a nuestro deseo de dividir el mundo en
dualidades, de colocar los conceptos en sus categorías adecuadas y después levantar fronteras alrededor. Nos crean un caos mental necesario para la creatividad, en el cual la mente cambia y autorreorganiza su percepción de la realidad.
Lorenz ya comprobó qué ocurre al redondear tres decimales. Tanto en la teoría como en la práctica, siempre habrá información ausente, una limitación para nuestro conocimiento. Por un lado un sistema tan complejo como el mundo, no hay una clara división en partes, lo cual ya nos impide conseguir toda la información, por otro lado, nuestra simple acción de intentar obtener información, nuestra mera presencia, perturba un sistema de forma impredecible. Además "no podemos meter la totalidad en el bolsillo, ya que el bolsillo también es parte de esa totalidad".
Siempre queremos acabar las cosas pero nos olvidamos de la información ausente. Nuestro tremendo deseo de controlar la naturaleza humana y el mundo material nos ha creado una sed insaciable de progreso, acompañada de una arrogancia con la que clasificamos a otras civilizaciones como primitivas. Sólo nos preocupa lo conocido y nos olvidamos de la dimensión del misterio. Efectivamente, es sorprendente el progreso tecnológico actual, pero tal vez estemos ignorando algo, que en cualquier momento, podría trastocar todo nuestro conocimiento acreditado. Un ejemplo muy evidente: A principios de siglo, los físicos especulaban con que su materia de estudio se estaba acabando. Pronto no habría aspectos físicos relevantes que pudieran descubrirse. Sólo les faltaban por resolver tres problemas: por qué la órbita de Mercurio es irregular, una discrepancia entre la teoría y la cantidad de energía liberada por un agujero negro, y el efecto de un tercer cuerpo en el movimiento de otros dos. Pues el intento de completar la información respecto del primer caso condujo a la teoría de la relatividad; el segundo hizo aparecer la teoría cuántica; y del tercero surgió la teoría del caos. Cada una de estas teorías tiene misterios que resolver. Resultó que la naturaleza es bastante más sutil de lo que habíamos imaginado.
Así que la información ausente permanece siempre junto a nosotros para recordarnos nuestras limitaciones, apareciendo de cuando en cuando y volviéndolo todo del revés, saltándose nuestras fronteras más establecidas. Aun así la modestia es difícil de conseguir en nuestra civilización occidental, donde nos enorgullecemos de lo acabado, de lo completo. Queremos teorías científicas completas; nuestras historias y obras musicales siempre han de tener un final (por lo menos hasta hace unos años). Por el contrario, hay culturas donde la música y las historias continúan indefinidamente, sin necesidad de ese punto final, con el que nosotros estamos tan obsesionados. Aunque a los sherpas del Tíbet les gusta escalar montañas, suelen abstenerse, por respeto a los dioses, de permanecer en las cimas. Sin embargo, imaginemos un escalador occidental que no se haga una foto con los pies hollando la cumbre: esa persona nos parecería mediocre y pensaríamos que su viaje habría quedado incompleto.
Pero las teorías completas no existen. Una teoría es una proyección mental sobre la infinita complejidad de la naturaleza, la que pone énfasis en ciertos matices dentro del flujo de la existencia y de la incertidumbre. Al físico David Bohm le gustaba señalar que las palabras "teoría" y "teatro" proceden de la misma raíz griega que significa "ver". Una teoría científica es un teatro de la mente, es algo provisional que nos abstrae de un contexto muchísimo más amplio. El contexto en el que nacen las teoría cambia permanentemente. Una teoría funciona durante un cierto tiempo y después parece estancarse, por más que hagamos intentos por modificarlas, hasta que acaba surgiendo una nueva producción teatral de la mente. Las teorías son como herramientas de la mente y deben poder ser cambiadas cuando haga falta. Lo que a veces ocurre es que acabamos identificándonos tanto a nosotros como a la naturaleza con determinada teoría y hacemos lo posible por adaptar el mundo y la mente a nuestra teoría. No debemos convertirnos en esclavos de una teoría; no hace falta acabar creyéndonos nuestras producciones teatrales.

(Continuará)

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